TEXTO: MARÍA JOSÉ NAZAR / FOTOS: PATRICIA NOVOA

Su carrera comenzó sin darse cuenta, sin planearlo. De eso han pasado más de 30 años y la trayectoria del artista chileno Hernán Gana está marcada por la experimentación, los cambios de rumbo y la búsqueda constante de una cosa: la sorpresa.
Experimentar, probar, fallar y volver a empezar. Así define su proceso creativo. Nada en su obra ha seguido un patrón clásico. Desde niño dibujaba obsesivamente animales, lo que lo llevó a pensar que su camino sería la veterinaria. Pero el arte ya estaba ahí, escondido en el disfrute del proceso creativo.

Entró a estudiar arquitectura, pero mientras esperaba cambiarse a una nueva universidad, encontró unos óleos abandonados y comenzó a pintar. Ese hallazgo casual lo marcó para siempre. Las exposiciones llegaron rápido, primero en la Corporación Cultural de Providencia y luego con Isabel Aninat. Aunque terminó arquitectura por compromiso familiar, su camino ya estaba claro.
Después del título, se fue a Nueva York a pulir su técnica. Autodidacta, formó su identidad como artista estudiando e investigando por su cuenta. “La arquitectura me dio una perspectiva única: aprecio el vértigo del espacio y el concepto de lugar”, explica. Sus obras no tienen figuras humanas claras, pero reflejan escenas que dialogan con la cotidianidad, la política y el medioambiente.

Sus temáticas han sido variadas: las Torres de Tajamar en pandemia, paisajes con mensajes fluorescentes, intervenciones de carreteras, relatos de Edward Snowden y conflictos en la Araucanía. Para Gana, todo puede ser fuente de reflexión y creación.
Hoy su trabajo es menos impulsivo que cuando tenía 19 años. Ha incorporado más racionalidad, equilibrio y análisis. “Evito copiar. Me tomo el tiempo para estudiar profundamente y encontrar el punto justo entre lo conceptual y lo visual”, afirma. Ya no hay apuro, solo claridad.
¿Su mayor desafío? Sorprenderse a sí mismo. “El mayor peligro es el acostumbramiento. Por eso me pierdo intencionalmente. Porque cuando encuentras, te sorprendes. Y esa sorpresa es un motor vital”.