TEXTO: SOFÍA ALDUNATE / FOTOS: ATUL PRATAP CHAUHAN

Villa Palladio Jaipur es un escondite a rayas ubicado a 20 minutos de la capital de Rajastán, India. Un hotel boutique que estimula los sentidos con sus patrones en abundancia, sus colores brillantes y sus resonantes excesos.

Entre las colinas de Aravalli, en el antiguo camino de camellos hacia Agra, se alza este havelli tradicional. Una mansión histórica de varios pisos, intervenida por las interioristas Barbara Miolini y Marie-Anne Oudejans, junto al pintor local Vikas Soni. Inspirados por la opulencia de los marajás, el estilo italiano y los viajes por la Ruta de la Seda, dieron vida a un espacio maximalista, saturado de color, donde aves, flores y hojas se funden en muros y muebles teñidos en rojo brillante.

Antiguamente pabellón de caza de una familia noble, esta construcción blanca perla, rodeada de almendros y leopardos ocultos bajo la sombra, fue la base perfecta para una experiencia sensorial única. Inaugurado en septiembre del año pasado, Villa Palladio promete un viaje al placer: una estadía mágica, íntima y memorable.
Cada una de sus nueve habitaciones es distinta, pero todas son hipnóticas: camas con dosel, patrones pintados a mano, flora, fauna, muebles artesanales y ropa de cama bordada, en una gama que va del rosado al carmesí. “Quise mezclar la exuberancia y la decadencia de los marajás con una dosis embriagadora de estilo mediterráneo y la belleza de las princesas Rajput celebrando en sus tenidas de gala”, cuenta Oudejans.

El lugar se completa con pisos en damero, pasillos rayados, paredes con diseño de enrejado, un área de meditación, spa y biblioteca. Todo invita al asombro y al descanso.

La piscina, ubicada entre palmeras y un jardín aromático con jazmines, rosas, granadas e hibiscos, ofrece el escenario perfecto para desconectar. Toldos y reposteras siguen la paleta cromática del lugar, integrando diseño con naturaleza.
En cuanto a la gastronomía, el menú celebra los sabores del Rajastán, con ingredientes orgánicos del propio huerto y de agricultores locales. Pero el broche de oro llega al atardecer, en el bar de la piscina, rodeado por el perfume de los árboles y flores, contemplando la puesta de sol con un Rossini en mano. Eso es vida.